Esta es la historia de dos hermanos, que vivían en una isla perdida en el Indico, el último de los océanos por explorar…. Aleix y Víctor, vivían del cultivo de un pedacito de tierra, de la caza de pequeñas piezas y la pesca. El mar era su pasión, tenían diversos tipos de embarcaciones, desde la tabla pequeña de surf, hasta catamaranes ultra rápidos para vientos ligeros.
Disfrutaban los días de olas, perfectas y cristalinas… o de los días de viento con sus catamaranes. Sus padres vivían en el interior, eran comerciantes y no aprobaban la vida de sus hijos, que se conformaban con los placeres del mar. Los años transcurrían tranquilos en la época que Aleix y Víctor disfrutaban del océano, los días de calma, buceaban y exploraban el arrecife, y además se ganaban la comida. Pero dentro del corazón del Víctor, que era el menor, crecía una angustia extraña, como si no estuviera completo en su fuero interno:
-Aleix, – le pregunto un día Víctor- ¿ tu no tienes inquietudes?,
-¿A qué te refieres? –respondió éste.
-Pues que si no esperas nada mas de la vida, si crees que surfear y pescar es todo lo que podemos hacer…
-No sé. Nunca me lo he planteado, soy feliz haciéndolo y eso es todo.
-Ya, yo también soy feliz, pero me da la sensación de que me estoy perdiendo algo.
-¿Algo? No sé, seguro que hay más cosas más allá de estos horizontes, pero, ¿por qué iban a hacerte mas feliz? Aquí tenemos todo lo que necesitamos, una vida tranquila, sin agobios ¿qué más quieres?. Mira nuestros padres, están ocupados todo el día en hacer negocio y acumular riquezas, nunca tienen suficiente, su vida es una lucha continua, y ¿ves felicidad en sus rostros?, Siempre tienen un reproche para alguien, no hay sosiego en sus corazones, cuando llega su época de descanso se van de vacaciones y cuando vuelven, no han sido mas felices, al contrario, están amargados por lo que les han costado y además están más cansados…pero siguen haciendo lo mismo año tras año. Si por lo menos les viera mas felices, pero ir a Europa o América, no les hace mas felices.
-Ya, pero yo no haría lo mismo que ellos, yo quiero conocer otras formas de vida, quizás surfear en Hookipa o Puerto escondido…Conocer gente de otros lugares, las mujeres de esta Isla son todas iguales… No sé ya me entiendes. Podría vender mi parte del terreno y con ese dinero viajar y buscar otros medios de vida, sin la necesidad de depender de esta tierra.
-Bueno, ya de antemano te digo que si tienes esa inquietud, y te nace de dentro no habrá nada que te la quite de la cabeza hasta que saborees en primera persona sus efectos. Seguro que nuestros padres conocen gente que quiera comprar tu parte, así que eso no será un problema.
Dicho y hecho, Víctor vendió su parte y con el dinero que obtuvo se planifico un viaje hacia Europa y luego si las cosas le sonreían, hacia Estados Unidos.
Durante el viaje vio cosas que le parecieron extrañas, se fijó que casi nadie sonreía y todo el mundo iba de un lado para otro corriendo, como si el tiempo se les acabara. Pensó: -por que la gente de aquí tiene tanta prisa… ¿acaso no dura lo mismo el día en todas partes? – Pero eso no le molestó tanto como el tema de la comida.
Al llegar a París, le pareció que la ciudad era desproporcionada para el tamaño de las personas, pero pensó: -Bueno, sus razones tendrán-, pero lo peor fue cuando pidió algo de comer en un bar en el que se había parado; en teoría había pedido un plato de pollo con verduras y aunque aquello que le sirvieron tenía forma de pollo con verduras, no sabía ni de lejos a los pollos y verduras de su isla, tenía un sabor apagado, como si no tuviera vida.
No tardó en darse cuenta que la gente apenas le miraba y empezó a observar que la gente vivía a través de las pantallas. Entraba en un bar y había una pantalla de la cual la mayoría de la gente estaba pendiente. Cuando iba en el metro, las personas encerradas en si mismas, pendientes de sus pantallas pequeñas, en sus móviles… y pensó –que raro, es como si no estuvieran en lo que están haciendo y quisieran estar en el sitio que no están-
Preguntó que hacía la gente para entretenerse, en una ciudad tan grande, y le dijeron que el cine era una buena opción, y pensó –claro, mas pantallas-. Empezó a ver que la ciudad, no era acogedora, el aire era bastante denso y había mucho ruido. No entendía por que la gente se empeñaba en vivir en sitios así.
Empezaba a echar de menos el mar y los sabores de su isla. Decidió que se había equivocado de sitio y recorrió varias ciudades europeas, y en todas encontró cosas parecidas. Así que partió hacia América y al llegar a Nueva York, no se sintió mejor que en París ni que en Madrid, ni que en ninguna de las ciudades que había estado.
Vio que la gente no tenía tiempo para estar tranquila, no se daba cuenta del color del cielo ni de la puesta de sol ni siquiera de la brisa fresca de la mañana. La tecnología había invadido sus vidas y se había convertido en una obsesión. Parecía que aquellos hombres eran esclavos de la tecnología, los hombres al servicio de las máquinas. Entonces, después de un tiempo, tenía un amigo, un chico que trabajaba de recepcionista en e hotel que se alojaba, y un día le preguntó:
- Oye Aron, ¿tu por qué vives en esta ciudad?
- Hombre, es una ciudad que ofrece un montón de posibilidades… no sé, si me promociono en mi trabajo, puede que llegue a director…
- ¿Director? Y eso es mejor…
- Sí, claro. Tendré mas dinero y me podré pagar unas vacaciones en indonesia… por ejemplo.
- Ya, pero ahora trabajas muchas horas y no tienes tiempo para nada, siempre te veo trabajando o descansando de lo cansado que estás.
- Si, es verdad, pero hay que trabajar duro si quiere ser alguien en la vida…
- ¿Alguien?… ¿Acaso no eres alguien ya?
- Bueno sí, claro que soy alguien, pero me refiero a alguien importante, respetado y con una buena posición…
Aquella conversación , no convenció mucho a Víctor, y empezó a ver que las personas de las ciudades no estaban realmente contentas con sus vidas, muchas de ellas trabajaban en trabajos que no les satisfacían, otras simplemente sobrevivían, y así fue viendo que el llamado “progreso”, o la vida “moderna” no hacía a la gente más feliz.
En general todos con los que hablaba, explicaban que hacían lo que hacían, para un día poder llegar a algo, este supuesto algo era de diferentes formas, pero en general representaba la felicidad. Así que todo el mundo estaba en búsqueda de la felicidad y mientras vivían siendo profundamente infelices. Pero un día, entró en una zapatería para que le repararan su zapato y se llevó una grata sorpresa, el hombrecillo que le atendió estaba contento, y además sonreía.
-Buenos días, joven, ¿en qué puedo ayudarle?
Víctor sonrió –Es que tengo el zapato roto-
– Claro, con mucho gusto… Tiene prisa?
– No, pero solo tengo estos, así que tendré que esperar mientras los repara.
– Bueno, eso no es problema, tardaré media hora.
– ¿Le puedo hacer una pregunta?
– Sí claro, a parte de la que ya me ha hecho… jeje, – Sonrió el hombrecillo…
-Llevo varios meses viajando por la civilización del progreso y no he encontrado mucha gente feliz, pero veo que usted irradia cierta paz y transmite una alegría que se contagia. ¿tiene idea de por qué la gente es tan infeliz?
-Si claro, la gente es infeliz por que no está presente en sus vidas, no se da cuenta de la vida que tiene y quiere vivir la de otros. Basan sus vidas en el tener , en vez de en el ser, dan más importancia al posible futuro que al único presente. Joven lo importante no es lo que vives, sino cómo lo vives. Aunque en la superficie las situaciones parecen diferentes, en el fondo mi vida no es diferente a la suya, si no ve esto con claridad, lo siento, no le puedo explicar nada más.
Durante la conversación, las manos deformadas del zapatero habían recorrido el zapato de Víctor, el hombrecillo se concentró y se sumergió en su trabajo. En ese momento Víctor vio en la cara del zapatero la sonrisa que su hermano Aleix ponía cuando recogían fruta o iban a pescar. Se dio cuenta de que allí mismo en aquella zapatería de apenas 10 m. cuadrados, aquel hombrecillo era igual de feliz que su hermano Aleix, y todo porque estaba presente en lo que hacía. Desde ese momento comprendió que por mucho que viajara, por muchas ciudades que recorriese, no encontraría la felicidad si no era en su interior, y desde esa paz interior amar la vida y todo lo que se nos da.
– Una ultima pregunta-, dijo, -¿no es usted muy mayor para trabajar?
– Sí claro, pero amo este lugar y este trabajo de tal manera que no quiero dejar de hacerlo, mientras mis manos permanezcan hábiles, mi cabeza también lo estará.
Víctor le dio las gracias, y se despidió del hombrecillo. Entendió que si no era feliz en su isla, no podría serlo en ninguna parte del mundo. Su viaje hacia el exterior había terminado, ahora comenzaba otro hacia su interior.
FIN.