Suele ser frecuente que al oír la palabra Yoga, la asociemos, primero con algo espiritual y además con el hecho de permanecer quietos en diferentes posturas. Tanto una cosa como la otra no son más que fruto de un fuerte estereotipo, con cierto interés de marketing.
Si es cierto que la practica de posturas de yoga te puede revelar ciertas sutilezas del funcionamiento de tu cuerpo y de su interrelación con el cosmos, lo cual se puede considerar profundamente espiritual. Pero de ahí a “creer” que si vas a ver a no se qué maestro en la India y recibes su “shakty-path” o toque de gracia, estarás en el camino de la iluminación, hay una distancia conceptual que no debería pasar desapercibida.
Realmente si hay algo de lo que trate la práctica de posturas de yoga es de la relación que tienes con tu cuerpo. Para sentir esa relación no necesitas recurrir a nada que esté fuera de ti, por eso se afirma que el yoga es aconfesional, libre de creencias y dogmas, y yo añadiría más: que traspasa los condicionamientos culturales para apelar a la sabiduría innata en nuestras células, avalada por más de 3.500 millones años de evolución de nuestra especie.
No se si la gente considera este hecho, la verdad es que yo en un principio no lo consideré y atendía mecánicamente a las instrucciones de mis profesores de yoga, lo cual acabó por generar un sentimiento de frustración bastante grande, que respondía al hecho de no sentir lo que en teoría se tiene que sentir, cuando tu profesor dice “inhala y siente como se expande tu aura” o “deja que se abra anahata para que fluya la energía”, por citar algunas de las muchas frases que puedes escuchar en las clases de yoga de hoy en día.
Honestamente creo que ese tipo de indicaciones no son de ayuda para el practicante y revelan una falta de recursos reales y además falta de confianza no solo en el método, sino también en el proceso de la vida. También puede suceder que me equivoque y el profesor tenga un alto nivel de sensibilidad y sepa de lo que está hablando, y todos sus alumnos también y sea yo el que está fuera de sintonía. Podría ser. Sin embargo, la experiencia del 100% de mis alumnos es la misma que la mía, cuando se les da la posibilidad de cuestionar lo que reciben.
A lo largo de estos años iba observando como mis alumnos me comentaban sus dificultades para acceder a las posturas y en algunos casos llegando hasta la lesión, personas que me comentan “yo antes hacia yoga pero ahora ya no puedo” y comentarios por el estilo que apuntaban a una ineficacia del método, la verdad es que no les daba mucho crédito, hasta que empecé a sentir dolor en mis lumbares, en mi cuello, frustración aparte.
El yoga es un proceso, en el que uno se vuelve intimo con su cuerpo, sus sensaciones, y eso sucede a través de la escucha, el hecho de enfocar la mente no sólo en la acción como fin sino en su impacto. Entender el lenguaje del cuerpo, permaneciendo en la presencia de lo que realmente esta ocurriendo, requiere de una escucha con todos tus sentidos que va más allá de los condicionamientos y de las posturas.
Por muy milenaria que sea una técnica en ningún caso debería comprometer la naturaleza orgánica del cuerpo, lo cual implica que no se fuerza para llegar a una postura, que ninguna sensación de dolor debe tolerarse en pos de una postura. Si, ya lo se, parece obvio, pero yo he estado en clases de yoga en las que todo el mundo parece haber olvidado esto, e imitan al profesor sin atender a lo que sienten. Mi propuesta es que recorras muy muy muy despacio tu práctica de yoga escuchando 100% el lenguaje de tu cuerpo, libre de condicionamientos, sutilizando la escucha y aclarando la naturaleza de lo que sientes en cada ásana.